martes, 18 de febrero de 2014

Y TE PREGUNTAS...

Y no dejas de preguntarte qué es lo que te pasa, por qué no reaccionas cuando están cayendo chuzos de punta sobre tu vida. Todo el mundo a tu alrededor te insiste en ello, en que reacciones de una maldita vez, pero tú a la tuya. 

En realidad, no sabes ni dónde estás ni hacia dónde vas. Estás en terra incognita, en una especie de limbo. La cabeza y tú, seas quien seas, no vais de la mano. Ella conoce la teoría de sobra, tiene mil conocimientos acumulados, miles de experiencias vividas, que podrían ayudarte en la tarea de salir del pozo. 

Sin embargo, cuando llega el momento de llevarlo todo a la práctica, no hay manera. Estás completamente bloqueada, perdida, sin energía para reaccionar. Entonces recuerdas las palabras que leíste una vez.

Tocar fondo significa estar sumido en la más siniestra de las miserias y no ser capaz de dar el enérgico taconazo o de coger la mano que te ayude a salir a la superficie. 

                                               Esther Tusquets.


Es impotencia. Te sientes impotente y todo te da vueltas. No dejas de preguntarte qué pasará si no reaccionas. Por otra parte, todos los momentos felices de tu vida acuden de golpe a ti. 

¿Dónde quedó la felicidad? Es la siguiente pregunta a la que no sabes o no quieres contestar. Bastante tienes con recordar tu nombre, ese nombre, que te definía.

Alguien que quieres te dice que estás vencida, pero no derrotada, o ¿era al revés? Qué mas da. El caso es que se supone que la guerra no está perdida, que has perdido sólo una batalla, que además luchaste mal. Se supone que tienes que cerrar las heridas y continuar, pero te encuentras con que las heridas no cicatrizan, no dejan de sangrar.

Te duele demasiado haber perdido tanto, duele asumir la parte de culpa que siempre nos corresponde. 

Lo cierto es que sabes lo que te pasa. Has perdido la ilusión, estás sin ilusión y tienes miedo de perder lo que es tu razón de ser. Los tiempos también juegan en tu contra.


Sonríes. ¿Qué no juega en tu contra? Te dices a ti misma, hasta tú lo haces. A veces, le encuentras la gracia al asunto, a lo de empezar desde cero. Otras, es una condena demasiado pesada sobre la que no dejas de pensar y, claro, llegan las preguntas. ¿En qué momento empezó? ¿Cómo llegaste ahí? ¿Qué sentido tiene todo?

La lista de preguntas es tan extensa... Pero, poco a poco, vas conociendo respuestas, aunque la mayoría no son plato de buen gusto.

Hay quien te aconseja que olvides el pasado, como si no hubiese sucedido nunca. Pero ¿cómo se hace eso? Es imposible borrar lo vivido.

Suena una canción en la radio. Significa tanto para ti esa letra, esa melodía... que duele. La música te duele, a ti que antes te ayudaba a caminar.

Pero es que la melodía trae consigo rostros, momentos en los que fuiste muy feliz.

El día, 18 de febrero, tampoco acompaña al ánimo. Esa fecha tiene un significado especial. Conociste a alguien muy importante para ti. Alguien que no sabes si volverás a ver. La pena te acuchilla otro poquito más.

Para rematar, inmediatamente después, suena otra canción-recuerdo. Una que te hizo soñar cuando el sol calentaba tu vida. 

Te echado de menos... Todo este tiempo he pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar...

Y engulles un trozo de amargura más mientras apuras el café que se te ha quedado frío. 

Estás en una cafetería porque te resulta imposible estar en casa descansando un poco antes de reengancharte al trascurso del día. 

Tachas, reescribes... Lo importante es escribir, te dices, no dejar de hacerlo, pero cuesta que las palabras se conviertan en frases coherentes, que a su vez expliquen lo que te pasa. 

Sabes que lo necesitas, que siempre te has curado por medio de las palabras. Tal vez, por eso, las necesitas tanto. No hay nada más doloroso para un escritor o periodista que encontrarse lleno de emociones y no ser capaz de plasmarlas por medio de las palabras.

Consultas el reloj. No te apetece, pero tienes que irte. Te esperan en otro lugar y, como puedas, tienes que obligarte a acabar un artículo que ya no puedes demorarse más.

Miras la cafetería y piensas en lo grato que te ha resultado el tiempo que has pasado en ella, pese a lo que has escrito, porque lo has escrito con algo de sosiego, de tranquilidad, porque has vuelto a sentir esa sensación que para el tiempo cuando escribes y dejas fluir lo que pasa por tu mente.

Sales a la calle y el gris del día acompaña tus pasos. No, hoy no es un día amable. Te culpas por no actualizar este blog, que no sientes realmente tuyo porque añoras a su predecesor, con algo de actualidad, con algo de periodismo. Pero sencillamente no puedes. Para hacerlo tienes que estar bien y hoy no lo estás, hace tiempo que no lo estás. 

E, irremediablemente, vuelve a ti la pregunta con la que arrancaste esta entrada. ¿Por qué coño no reaccionas? 


Eres persona y las personas somos débiles, tiernas y complejas, y tenemos ritmos, no siempre somos o estamos igual.

Un buen amigo me escribió estas palabras por Facebook. Tampoco él está pasando un buen momento de ahí la reflexión que quiso compartir conmigo. También me aconsejó tiempo, no forzarme... Pero ya he dicho que todo juega en mi contra, también ese tiempo que se supone que lo cura todo.

Buscando palabras propias para acabar esta entrada, me encuentro con el e-mail de otro buen amigo que intenta ayudarme para que encuentre la luz al final de mi túnel. Comparte conmigo tres ideas

1.-"La primera regla; No me creas pero aprende a escuchar. NO me creas porque lo que te digo es solo una versión, mi punto de vista sobre la vida, y es solo mi verdad, pero si escuchas entenderás lo que intento decirte....
La atención es lo que aparece cuando escuchas de verdad.

2.- La segunda regla, más dificil; No te creas a ti mismo, sabes que tu mente habla siempre, es un caballo salvaje sin ningún destino, si no aprendes a domarlo, el caballlo te llevará a donde él quiera. Asi que no te creas a ti mismo pero aprende a escuchar lo que hay en tu cabeza.

3.- La tercera; No creas a nadie más, por esa misma razón.. Lo que te digan es verdad solo para ellos, y expresan la experiencia que tienen de la vida, pero si aprendes a escuchar verás que entre todas esas mentiras aparece la verdad y seras capaz de percibirla, si no te crees a ti,si no crees a nadie , si no me crees a mi... esas mentiras no perdurarán pero si la verdad.

Con ellas acabo. Espero que nos sirvan a los que estamos en un momento complejo de nuestras vidas. 

lunes, 20 de enero de 2014

ERRORES

Es inevitable. Y, sin embargo, cuánto duele.

Los seres humanos nos equivocamos. Nadie tiene un 100% de aciertos en la quiniela de la vida.

Yo, sin ir más lejos, confieso que me he equivocado, y mucho, a lo largo de mis 32 años.


En realidad, una tiene la sensación de que aunque nos equivocamos sobre todo individualmente, somos muchos los que compartimos, en esencia, alguno de los errores de la larga lista de la condición humana.

Al menos, es la reflexión que me ha dejado el haber hablado con diferentes personas sobre el tema de esta entrada. Personas, que han compartido sus experiencias conmigo al tiempo que yo hacía lo propio con las mías. Hemos compartido errores.

Errores...

Por haber hay muchos tipos: pequeños, grandes, inmensos, propios, externos a nosotros pero que nos afectan de algún modo, los hay circunstanciales, los hay confesables, los hay inconfesables, los hay premeditados, los hay cobardes, los hay por precipitación o por tardanza...

Sin duda, los mejores son los subsanables, los reversibles, pero no siempre se puede enmendar una falta, aunque queramos, aunque lo diésemos todo por arreglar el desaguisado. En la mayoría de los casos, básicamente, no depende de nosotros.

Y ahí es cuando viene la tragedia.

HUMANOS TAN HUMANOS

Lo sabemos, sabemos que somos humanos y que es imposible escapar de algún tipo de error, pero pese a saberlo cuando uno/a tiene que afrontar o hacerle frente a uno de los gordos, parece que el cúmulo de sentimientos abarca un universo entero de emociones, que puede bloquearnos y hacer que seamos incapaces de saltar el siguiente obstáculo para seguir adelante. Se tiene un miedo, un pánico tremendo, a volverse a equivocar.

En mi caso, el pasado año fue mi año del pleno al 15 por lo que a errores se refiere.

La putada es que muchos de ellos fueron cometidos por una inocencia que a mis años resulta casi imperdonable. En Navidades, hasta mi tía me echó, literalmente, la bronca por lo que me había pasado.

Se lo comentaba hoy a una compañera de clase, porque he vuelto a clase, aunque no sé hasta cuándo podré hacerlo. La economía de este país que me lleva loca y no doy abasto para llegar a final de mes, también tengo que hacer frente a problemas familiares.

En cualquier caso, me equivoqué en casi todo y pagué la factura, creo que todavía la estoy pagando y ya me toca recoger algo bueno.

Mi compañera me decía que una vez aceptado esto, es decir, que la cagué en muchos ámbitos de mi vida, lo que me queda es un periodo de introspección y subir a la superficie.

Vamos, que tengo que recuperar la energía perdida, volver a sentir y valorar lo bueno que me pasa. Vibrar con la vida.

Tarea harto compleja porque ésta es la peor racha en lo que llevo de existencia, soy puro bloqueo y voy por días.

Sin embargo, sé que tiene razón. Alguno de esos días voy a tener que levantar cabeza, algún día tiene que volver a brillar el sol para mí.

Mientras tanto, la teoría me la sé. Debo dejar de correr sin ninguna dirección, debo pararme y tal vez esperar, lo que traducido supone paciencia y más reflexiones para llegar a dos palabras que todos conocemos.

EXPERIENCIA Y SABIDURÍA

Y es que, según mi compañera, a veces tenemos que pasar por determinadas experiencias para hacernos más sabios, pero también más fuertes.

Hasta aquí nada que no se haya dicho o escrito ya. Sin embargo, ella apuntaba que una vez aprendido lo que sea que tengamos que aprender, debemos ayudar a otros que se encuentren en la misma situación que nosotros hemos dejado atrás, hemos superado, porque se lo debemos a la vida y a la misma energía.

Lo sé, lo sé. Suena muy espiritual, pero lo estoy y, además, me parece de una belleza increíble. Ayudar y compartir. Hacer de lo malo algo bueno.


Ha conseguido que sonriera y que viera el día un poco menos gris. De hecho, le he dicho que si consigo superar mis trabas emocionales y personales, estaré encantada de poner mi granito de arena en la vida de las personas que necesiten de mi experiencia.

Faltaba más, siempre he intentado hacerlo, aunque no fuera ni consciente. También lo han hecho conmigo y lo están haciendo aquellos amigos que se ha quedado a mi lado en plena tormenta, lo que no es fácil, porque el tsunami ha sido bastante intenso.

Errores...

Busco en google frases que me ayuden a acabar esta entrada...

El único error imperdonable es no perdonar.

Errar es un privilegio de los valientes.

Los errores son una manera de reaccionar.

Sirvan estas de ejemplo, porque hay cientos de frases en la red, que cada cual que se quede con la que más le guste o más le ayude a perdonarse.

Porque lo peor de los errores no es cometerlos,es la culpabilidad que llevan implícita, lo mucho que nos hacen sentir culpables. Cuesta un mundo el hecho de perdonarnos por haberlos cometido.

Ésta es la lección más difícil de llevar a la práctica. 


viernes, 29 de noviembre de 2013

REFLEXIONES TEÑIDAS DE NEGRO

Estaba en la farmacia. Cuando Canal 9 se ha ido a negro a las 12:20 minutos no estaba para verlo. Y, en cierto modo, me pesa. Me hubiese gustado acompañarla en sus últimos momentos, que han sido de todo menos tranquilos.

No voy a contar nada que no se sepa ya. La policía entrando en las instalaciones, muchos compañeros en la calle porque no se les permitía el paso, el técnico que se ha negado a cortar la señal, la programación especial en la que hasta se ha dado voz a la presidenta de las víctimas del metro, que durante mucho tiempo estuvo vetada…

En Facebook un compañero lo calificaba de ser digno de Berlanga. Su buena parte de razón tiene. Lo peor es que los malos se han salido con la suya y lo han hecho en un visto y no visto. Tenían mucha prisa por acabar con un juguete que ya no les servía, tenían que silenciar el altavoz de las quejas, de la opinión de la calle, de la sociedad en general.

Tenían que matar a la que en sólo unas semanas se había convertido en su bestia negra, despertando no pocas conciencias sobre lo que está pasando en esta tierra, que es mucho y muy sucio, pero que se puede resumir en dos palabras: CORRUPCIÓN y CORRUPCIÓN.


Por mucho que otros medios se hayan hecho eco de la noticia, hoy faltaba una voz para contarnos lo que había pasado, faltaba la voz que han silenciado, faltaba la voz del medio que se ha hecho protagonista de la actualidad de estas semanas a fuerza de luchar, a fuerza de no callar.

No, los profesionales no agacharon la cabeza. Han pelado hasta el final y su lucha ha sido agónica, a muchos se les saltaban las lágrimas al ver que tanto no había servido de nada.

Hoy es un día tremendamente triste para esos compañeros, pero también para toda la sociedad valenciana y los que una vez formamos parte de esa casa.

Hoy la democracia ha perdido una vez más a manos de los mismos y una vuelve a preguntarse hasta cuándo, hasta cuándo vamos a permitir lo que nos están haciendo con la excusa de una crisis que no deja de ser una puta estafa al pueblo en general. Los ricos son más ricos y los pobres son cada vez más pobres. Todo anda patas arriba y ellos, los mismos, venga repetir que estamos mejor que hace un año.

¿En qué estamos mejor? ¿En tristeza, en impotencia, en desesperación, en aceptar las injusticias, la poca vergüenza de quienes nos gobiernan? ¿A quiénes podemos recurrir? Ni siquiera la justicia es la misma para todos, ahí está el señor Urdangarín, por poner un solo ejemplo. No quieren reformar la Constitución, pero tampoco parecen cumplirla. 

Hoy Canal 9 se iba a negro y lo hacía porque a los mismos les ha dado la gana. Pero hoy también era noticia que el Rey gastaba bromas sobre su salud. ¿De verdad estamos para bromas?

He de ser sincera. Sigo estando bloqueada por lo que a las palabras se refiere, no paso un buen momento personal y si no hubiese pasado lo de Canal 9 no hubiese actualizado este blog. Pero no escribir sobre el día hoy, aunque fuesen unas líneas… No sé, siento que tenía que hacerlo, aunque divagase, aunque no supiese muy bien qué decir porque la pena me embarga, porque a los amigos que dejé allí la pena les embarga.

A una de mis mejores amigas la conocí en esa casa, pasamos muchos momentos juntas, y hoy los recordábamos con lágrimas en los ojos, también recordábamos a los que ya no están para verlo porque cayeron en el combate de vivir.

Las dos hemos estado en contacto todo el día. A ella le debo saber que Canal 9 se había ido a negro. Lo ha seguido en directo, ha vivido la agonía del moribundo y me decía que todavía no podía creérselo. Tampoco yo me lo creo. Cuando he llegado a casa y he enchufado la televisión, cuando he buscado Canal 9 con el mando, me resistía a que lo que iba a encontrarme fuera el negro.


¿EMIGRACIÓN O EXILIO FORZOSO?

Negro como la época en la que estamos viviendo. Una época muy negra, muy oscura, en la que no dejamos de perder derechos, de perder libertades, de perder, sin más.

Hablando con otra amiga y ex compañera de la casa, ella me decía que estaba pensando en irse de este país, que estaba cansada de matarse trabajando en un bar para no poder siquiera llegar a final de mes.

Cuando una persona formada tiene que quitar parte de su formación para poder acceder siquiera a la oportunidad de tener un trabajo, es que la cosa no va nada bien. Diga lo que diga la puñetera recuperación económica que sólo ven unos pocos.

Lo leía también el otro día en el blog de un compañero periodista, aunque él fue más contundente que yo a la hora de explicar una realidad a la que se enfrentan miles de titulados españoles. Están sobrecualificados y no eso no gusta a la precariedad. Por eso, lo mejor es borrar datos del CV, desinflarlo... No vaya a ser que se esté demasiado preparado para el paladar de la indecencia.

La paradoja es que hay trabajos en los que la mera posibilidad de reunir los requisitos ya suena a marciano. Vamos, que de tanto que exigen se pasan, porque hay sueldos que no merecen tanto.


Lo confieso, me estoy más que planteando lo de irme y lo digo con la boca pequeña, porque no quiero hacerlo de ninguna de las maneras, porque siguen habiendo razones especiales para mí, porque me gustaría poder luchar aquí, porque si todos nos vamos quién levanta este país, como bien dice un amigo.

Sin embargo, el pero es que cada día es más complicado ejercer la profesión para la que tanto estudié, por la que tanto he trabajado, por la que tantos desvelos he pasado y no soy la única ni muchos menos que lo piensa, que lo vive.

Lo pensaba hoy, lo que fuimos los periodistas y lo que somos ahora. Engrosamos las listas de paro a base de bien gracias a los ERE o las desapariciones de medios. Y ser freelance es poco menos que un triple salto mortal sin red cada día.

Para muchos periodistas y profesionales del sector lo de Canal 9 ha sido un duro varapalo. Diga lo que se diga, y manipulación a un lado, acabar con ella supone parar de golpe un grandísimo motor del audiovisual valenciano, tardara lo que tardara en pagar sus facturas.

Pero cuando escribo estas líneas más que periodista me siento como todos esos jóvenes sobrecualificados que se tienen que plantear irse de fuera de este país sin quererlo, para poder tener una oportunidad laboral decente, para poder tener sencillamente una oportunidad, para no pertenecer a una generación perdida. 

Se lo comentaba a mi amiga. La cosa me pinta mal y encima tengo sentimientos contradictorios. Por una parte, el irme me despierta el pánico a saltar al vacío y comenzar de nuevo en otro lugar, puede que en otra cultura diferente. Por otra, está el miedo a quedarme y que esto continúe en caída libre, en barrena. Me da miedo no poder aguantar la presión del combate contra las penurias y la precariedad. ¿Los jóvenes y no tan jóvenes emigran o es un exilio forzoso en pro de la supervivencia?


¿PESIMISMO VERSUS OPTIMISMO?

Lo reconozco no estoy nada optimista, pese a que algunas de las personas que me rodean se empeñen en demostrarme que me pasan cosas buenas. Yo, sin embargo, no las veo, estoy tan en negro como las emisiones de Canal 9 y me da rabia. Estoy tan bajo mínimos que ya ni siquiera soy capaz de ver el vaso medio lleno.

Y me faltaba lo de hoy. La época que pasé en ese medio de comunicación ha sido de las más felices de mi vida y hoy se ha ido a negro.

Mi amiga, la que me ha avisado, me decía que no sabía si había tenido la suerte o la desgracia de ver ese fundido a negro, porque le ha podido la indignación, la tristeza.

Pero yo sigo pensando lo mismo que he dicho al principio de esta entrada. A mí me hubiese gustado estar presente, porque ha sido otro infame momento de la historia de esta comunidad y los profesionales que han luchado merecían la mayor de las audiencias.

Cuesta ser optimista, cuesta mucho. Por eso, admiro tanto a las personas que siguen viendo el vaso medio lleno, que siguen pensando que todo pasará.

Yo sólo sé preguntarme cuándo pasará todo, hasta cuándo podremos aguantar, hasta cuándo los mismos seguirán ganando elecciones, cuándo reaccionaremos de verdad.

Me siento triste por estar triste y encima viene la Navidad. Pienso en ella… y me hundo un poquito más en el sofá, siempre me pone triste. A pesar de ello, voy a hacerle caso a mi amiga y voy a pedir mi milagro navideño.

Quién sabe igual la luz me vuelve en Navidad. No estaría mal, como tampoco estaría mal que Canal 9 vuelva a la vida cuando el pueblo finalmente decida que también estos impresentables deben pasar a negro.


sábado, 16 de noviembre de 2013

REDES SOCIALES

El otro día me llamó un amigo para pedirme que lo aconsejara con el tema de las redes sociales. Desde la oficina de desempleo en la que está inscrito, le comentaban que debía aumentar su presencia en ellas para poder optar a más ofertas de trabajo. 

Sin embargo, mi amigo, que ha sido siempre muy reticente con el tema de la visibilidad en Internet, me decía que tenía cierto reparo a hacerlo, incluso habló de miedo.

-Mira lo que te ha pasado a ti-. Me comentaba sin mala intención, pero recordándome uno de los episodios más amargos en los que llevo de año.

Suplantaron mi identidad en la red, en varias redes sociales y servicios de mensajería instantánea. Vamos, que me piratearon, que me gastaron una putada. 

Por cuestiones de salud, no pude tomar las medidas pertinentes en su momento y no hay día que pase que no me arrepienta de ello, porque sé quién lo hizo y por qué lo hizo. 

Algunos amigos me han recomendado pasar página, otros que, si no puedo hacer nada, al menos hable del tema, porque, desgraciadamente, mi caso no es único. 

ALGUNOS DATOS

Según expertos informáticos, 4 de cada 10 usuarios son víctimas de algún delito en dichas redes sociales y desde el año pasado los casos no han dejado de aumentar. De hecho, se han triplicado. 


¿Los delitos más frecuentes? Ciberacoso, humillación, injurias, intromisión en la intimidad, revelación de secretos, imputar delitos no cometidos, robo de identidad... En resumen, dañar intencionadamente la imagen de otras personas, atentar contra su honor y su dignidad. 

Delitos, que ya existían antes, pero que se han trasladado a la red. Y es que si por algo se caracteriza Internet es por la posibilidad que ofrece de expresarse con gran libertad. Amén que es un método fácil, barato, cómodo y, en muchos cosas, anónimo.

¿Cómo lo hacen? Por medio de falsos enlaces, troyanos, falsos antivirus...

Por lo que a mí concierne, todo comenzó con un falso enlace, que quien me hizo daño sabía que iba a consultar porque era un tema que me importaba.

En la mayoría de los casos, las víctimas saben quién ha sido su "verdugo" virtual, lo que tampoco es consuelo.

Lo bueno es que nuestro Código Penal contempla todos los supuestos anteriores como delitos. Por ejemplo, el artículo 208 define injuria como:

La acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación.

Lo malo es que muchos de los delitos cometidos se quedan en silencio, impunes, porque no todo el mundo tiene el dinero necesario para iniciar el proceso judicial correspondiente.

FICCIÓN CON TROZOS REALIDAD

Curioso que un par de días después de hablar con mi amigo, una de las series a las que estoy más enganchada, Sherlock, tratara esta problemática. El episodio se titula La caída del Reichenbach y pertenece a la segunda temporada.

En él, el malo, malísimo, Jim Moriarty, traza un plan de venganza contra Holmes y no se le ocurre otra cosa que apoyarse en una identidad falsa que ponga en entredicho la propia credibilidad y el honor del protagonista.

La informática es clave para ello, para que el inocente se convierta en malo y el malo en inocente.

Y lo consigue, poco a poco, todos los conocidos del detective comienzan a dudar de él. 

Es una de las consecuencias más tristes de la suplantación de identidad o de la creación de una identidad falsa. Ya no es que tengas que ver tu honor menoscabado es que puede que gente de tu entorno, personas a las que quieres, se lo crean. 

Cuesta mucho demostrar que has sido víctima de uno de estos delitos. En el episodio en cuestión, hay un diálogo entre los dos antagonistas que no tiene precio.

Sherlock: Todavía puedo demostrar que creaste una identidad falsa.

Moriarty: Mátate, te costará mucho menos.


Poco importa que muchos te conozcan o creas que te conozcan, porque, actualmente, son demasiados los que le dan veracidad a todo lo que leen o se publica en las redes sociales. 

Hay ejemplos de rumores que se han convertido en noticia sin ni siquiera haber sido contrastados. Los famosos son carne de cañón en estos menesteres. 

MÁS CONSECUENCIAS

Sin duda, otra de las peores consecuencias es el dolor o el sufrimiento que conlleva leer o ver las mentiras e injurias que se han vertido sobre ti. Te sientes vulnerable, indefensa. 

Como he dicho, atentan contra el artículo 18 de la Constitución Española, contra el honor, la intimidad y el derecho a la propia imagen. Es decir, contra la dignidad de la persona. También suelen violar el secreto de las comunicaciones.



No obstante, entre las peores consecuencias también está que dichos delitos perviven, cuesta mucho borrarlos. 

En periodismo, existe el derecho de rectificación. Cuando una información no ha sido veraz y ha atentado contra alguno de los derechos fundamentales antes citados, se exige que la reparación del daño sea pública y acorde al daño producido, valga la redundancia.

Sin embargo, con el tema de las redes sociales ¿cómo se puede hacer eso?

En mi caso, una amiga me decía que le hiciera lo mismo a la persona que había tratado de destruir mi dignidad, pero yo no soy así. No quiero venganza, quiero alguna clase de justicia que repare lo que he padecido. Creo que hasta me conformaría con que algunas de las personas que se lo han creído volvieran a confiar en mí. Por eso, sigo hablando y contándolo a quien quiera escucharme.

Hay quien también me ha dicho que pase de las redes sociales, pero como le dije a mi amigo, hoy en día, eso es imposible. Las necesito por trabajo y para estar en contacto con personas a las que quiero y no puedo tener cerca.

Lo único que puedo hacer es lo que hago, escribir sobre ello, tratar de concienciar a la gente de que lo que me ha pasado a mí podría pasarle a cualquiera. 

No me queda otra que seguir denunciándolo y batallando por recuperar la dignidad y el honor perdidos, a pesar de que haya personas que se hayan tragado las mentiras.

Los lobos con piel de cordero están a la orden del día en estos tiempos y nada mejor que esconderse detrás del anonimato de las redes sociales para hacer daño y quedar impunes. 

martes, 12 de noviembre de 2013

UN VIAJE EN TREN

IDA

Cuando ya ni un viaje en tren me anima es que la cosa pinta mal.

Siempre ha sido uno de mis medios de transporte favoritos, siempre me ha consolado cuando tenía un problema o me ha inspirado a la hora de escribir una historia, un relato.

Pero cuando hoy me he subido en él, la ansiedad vital que arrastraba le ha ganado la partida. Lo único que me ha salvado de ahogarme por completo ha sido la sensación de estar en movimiento, de ir hacia alguna parte.

Supongo que me pasa lo que le pasa a su vez a mucha gente. La vida y esta crisis que nos llevan por la calle de la amargura. No nos permiten ni siquiera coger aire más de un minuto seguido. 

En mi caso, la cosa se complica un poco más porque no desempeño trabajos manuales ni físicos, sino que mi arma principal de trabajo es mi cabeza y las palabras o ideas que puedan surgir de ella.

De momento, no he tenido que lamentar un vacío completo, pero reconozco que no estoy al 100%, que lucho por encontrar cada palabra que escribo, entendiendo más que nunca lo que significa batallar contra la página en blanco.

Si en el trabajo sobrevivo como puedo, peor lo llevo con mi producción literaria. Me encuentro en pleno punto muerto. Las ideas no salen, la inspiración no viene a verme y yo me desespero cada día un poco más. Realmente, sufro por no poder escribir. 

Para un/a plumilla escribir lo es todo. Habrá quien me entienda y habrá quien piense que las palabras no valen tanto. Sin embargo, para mí lo significan todo, lo valen todo. 

Desde que era una niña, mi vocación, eso que hoy no vale para nada, ha sido la de contar, primero lo que me pasaba a mí y más tarde lo que le acontecía a otros. 

Por eso, ahora me encuentro en un estado de ansiedad constante y angustiante. Porque sé que hay cosas por contar, sólo que no encuentro las palabras para construir el mensaje que me gustaría hacer llegar a quien quiera leerlo.



Reconozco que no es es primer bloqueo creativo al que me enfrento, pero sí es el más triste por lo que arrastro de año. Un año en el que si no he tocado fondo emocionalmente, poco me faltará para hacerlo. 

Resumen del año: "permitir una injusticia abre el camino a todas las demás". La frase ni siquiera es mía, sino de Ignacio Ferrando y pertenece a uno de los relatos cortos que merecieron ser impresos tras un concurso literario allá por el año 2005.

Sí, por una injusticia me hallo como me hallo y no logro superarlo. Más que nada porque no he podido defenderme ni hacer oír mi voz. Vamos, que se me ha condenado al silencio. Doble drama con esto de contar, de escribir, y de las palabras. 

Volviendo al tema literario, motivo de principal de mi tristeza, como decía me las he visto y me las he deseado en otros momentos, pero en todos ellos había un escritor que me acompañaba en mis desvelos, ahora ni eso. Se trataba de Paul Auster, de sus vivencias, experiencias y dramas propios como escritor, que eran fuente de consuelo y comprensión. 

Nadie como él para escribir sobre algo que normalmente no comprenden el común de los mortales y que se resume en una pregunta: ¿Para qué escribir?

Más allá del trabajo, soy periodista, no estoy obligada a hacerlo. Y, sin embargo, para mí es una necesidad hacerlo. Trasladar a la página en blanco las motitas negras correspondientes, encajar piezas para contar historias, que no sé si alguien leerá. 

No quiero que se me malinterprete. Me considero por encima de todas las cosas periodista. No me gusta llamarme a mí misma escritora y menos sin tener un libro publicado, pero reconozco que hago mías las palabras de Auster de que todo escritor está un poco enfermo y de que busca curarse por medio de las palabras.

Lo cierto es que llevo bastantes días pensando en esto de escribir, en si tiene algún sentido hacerlo ahora que mi vida está patas arriba y trato de organizarme en semejante caos. Si es que ni siquiera tengo ganas, me digo. Las preocupaciones ocupan cada neurona de mi cerebro. No obstante, aquí sigo, intentándolo a pesar de todo, a pesar de que el sector editorial y literario también se encuentra de capa caída. 

Aquí estoy, en un tren, emborronando las página de una libreta, porque no quiero hacerlo, pero sí quiero hacerlo. Valga la contradicción. 

Antes, cuando viajaba en metro o en tren, las conversaciones de la gente solían darme ideas sobre las que escribir. Hoy, ni eso. El tema de conversación que todos compartimos o nos ronda por la cabeza es el mismo y creo que ya se ha dicho bastante de la puta crisis, de esta puta estafa. 

Es evidente que no remontamos el vuelo, que cada vez somos más precarios, que cada vez nos desesperamos más y nos perdemos en la oscuridad de un túnel demasiado largo. 

Suspiro y levanto la vista de la libreta. Miro el paisaje. Algo me serena, pero entonces recuerdo que he perdido algunos de mis mejores cuentos por culpa de esa injusticia tecnológica sufrida. Ya no los voy a poder recuperar nunca y me abruma de nuevo la tristeza. 

Los escribí para alguien que sigue siendo muy especial para mí, en un buen momento creativo. Mi hermano, a quien voy a ver, me dice que no desespere, que lo importante es que conservo la cabeza y que llegarán muchos otros cuentos más. Pero a mí me apena. Cada escrito que he redactado, fuera profesional o personal, ha sido como un hijo para mí, porque los cuidaba hasta el último detalle, sobre todo porque buscaba provocar alguna sensación con ellos. Es la razón de ser de la literatura. Provocar sensaciones, despertar emociones. 



Vuelvo a mirar el paisaje y a suspirar. Pienso, reflexiono, acerca de si el viaje en tren ha cumplido realmente con su cometido, despejarme un poco. He sido algo injusta. La angustia existencial made in Kafka, mada in Sartre, made in crisis económica, está ahí, pero ha quedado algo atenuada con los trazos del boli sobre el papel, y todavía me queda la vuelta, pienso, para reconfortarme.

En cualquier caso, el momento no puede ser más tópico, hasta la ropa que llevo no puede ser más tópicamente literaria. 

Y venga el suspiro, no puedo evitarlos. Pienso que cuando era más joven me moría por vivir la vida bohemia que habían conocido mis escritores favoritos. Ahora ya no tengo tantas ganas. Ahora, lo que necesito es algo de estabilidad, sobre todo monetaria, económica.

Ser freelance actualmente es dar un triple salto mortal cada día, porque hay que pelear por cada artículo, por cada colaboración. No hay nada fijo. Pero por lo visto eso de aprender la lección, de pasarlas canutas, no va conmigo. Me niego a dejar de intentarlo con el oficio de plumilla.

Es curioso, he vuelto a mirar por la ventanilla y me he topado con el cartel de la autovía que va a Alicante. Una de mis ciudades más queridas, una de las ciudades más especiales en las que he podido y me ha tocado vivir.

Sin embargo, allí no escribí una sola línea. Más allá del trabajo, mi producción literaria fue cero. Y pienso si será porque allí fui muy feliz.


¿Necesita la literatura altas dosis de sufrimiento para ser verdadera literatura? Me pregunto, pero no puedo responderme, porque he llegado a mi destino y me toca bajar del tren. No obstante, sigo emborronando un poco más en la libreta, unos minutos más, mientras camino hacia la salida de la estación.

CAFÉ

He llegado demasiado pronto. Curioso, antes llegaba siempre demasiado tarde a todos los sitios. Me digo que lo mejor es matar la espera en un café. Así que busco uno de mi gusto, pido la consumición correspondiente y salgo a la terraza para poder fumar a gusto y seguir emborronando la libreta con mis garabatos.

Desde que era niña, he tenido que escuchar que mi letra era como la de un médico, ininteligible. Sonrío y levanto la cabeza para contemplar a la gente pasar. 

Me pregunto qué será de sus vidas, si es que tienen vidas más allá de la asfixiante crisis. Al menos, me digo, sigo haciéndome preguntas, algo fundamental en esto de escribir. Lástima que mi tristeza no disfrute en eso de ver la vida pasar. Y sólo estamos a martes. 

Porque lo peor llega con el fin de semana. Los vaivenes que he sufrido y mi limitada economía poca vida social me permiten, y con esto de no escribir las horas se me hacen eternas. 

He aprendido a dejar el trabajo para la semana, intento adaptarme al ritmo laboral que sociológicamente nos hemos impuesto y establecido. De lunes a viernes. 

Como venía diciendo, los fines de semana son lo peor y es cuando más echo de menos no encontrar nada que me motive a escribir. Si es que de todo sacaba punta antes de este puñetero bloqueo, de todo. Pero con el bloqueo hemos topado.

Se ha convertido en un muro que no consigo traspasar, derribar, y duele. Antes nunca me sentía sola porque llevaba a las palabras conmigo.

Más de 80 veces al día me pregunto si lograré superarlo, si todavía tendré remedio, pero las respuestas siguen sin llegar. Estoy absolutamente convencida de que me falta inspiración. De que sí, de acuerdo, el éxito es fruto de un 1% de suerte y de un 99% de transpiración, de trabajo. Pero sin inspiración ni suerte ni trabajo.

Es así, las musas me han abandonado. No sé si pretenden castigarme, pero, sea como sea, creo que no merezco semejante tortura.



Por otra parte, echo tanto de menos mi antiguo blog... Era mucho más que un cuaderno de bitácora para mí. Era un compañero fiel al que acudir y pienso si este estará a su altura, si algún día llegaré a sentirme tan orgullosa de él como me sentía de mi antiguo compañero de batallas. 

He decidido que voy a trasladar aquí buena parte de los escritos que logré salvar de la injusticia tecnológica y digital. Como he mencionado, son mi criaturas y me hicieron ser mejor persona y profesional. No quiero que se queden almacenadas en una carpeta, en el ordenador.

Supongo que quiero que me trasciendan, si es que logro sobrevivir a este empezar de nuevo. Espero hacerlo y espero que este año acabe bien, más que nada para compensar tanta desgracia. No estaría mal acabarlo a lo grande igual de grande que las las hostias que me han caído.

VUELTA

He interrumpido el curso de mis pensamientos porque ha llegado la persona a la que esperaba, mi hermano, mi mejor amigo, la persona más optimista que conozco. Escribo esto ya subida en el tren.


En cualquier caso, desde que ha irrumpido en mi vida lo ha hecho con la fuerza que lo caracteriza. Tenía que devolver unos libros en la biblioteca de la universidad en la que estudia, pero desde que nos hemos encontrado la charla no ha dejado de fluir, cosa que he agradecido inmensamente. 

Hemos hablado de sus estudios, de su vida, de la mía, de todos los contratiempos a los que tenemos que hacer frente, que no son pocos.

Los dos tenemos que levantar nuestras vidas y en los tiempos que corren la tarea no es nada fácil ni agradable. De hecho, buena parte de nuestra conversación se la ha llevado la crisis, el negro panorama al que nos enfrentamos más solos que acompañados.

Pero, a pesar de todo, mi hermano es de la opinión de que tras las hostias que nos hemos llevado este año ya toca remontar el vuelo. Yo no lo tengo tan claro, pero quiero, necesito, creer en ese vuelo, en que por fin la justicia y la suerte nos sonrían un poco. 

También hemos hablado sobre Canal 9. Inevitable no hacerlo. Yo trabajé allí y ha sido, digo ha sido, hasta que se consiga lo contrario un medio de comunicación referencia en la comunidad en la que vivimos. 



Según mi hermano, todo ha obedecido a un plan trazado que vas más allá de una simple televisión autonómica. Puede ser. Puede que todo obedezca a la consignas del partido en el gobierno por centralizar y "poner orden" en los desmanes de las autonomías. 

Es decir, se trata de que todo vuelva a pasar por Madrid, de que el neoliberalismo del Partido Popular vaya avanzando en pasos y materias. 

Para animarnos a sobrellevar semejantes reflexiones nuestras buenas cervezas nos hemos tomado. Con algo de alcohol en las venas, nos hemos sentido más libres para dar forma a los pensamientos con los que cada uno ha de librar cada día. Léase: la tasa de paro, la sinvergüenza de la clase política y de la propia patronal, a la que interesa sobre todas las cosas hacer precario un trabajo ya por sí escaso. 

-¿Por qué no te vas fuera?

Me ha preguntado mi hermano. Y esta vez pocas razones le he argumentado en contra de abandonar este país. Es lo que están consiguiendo nuestros políticos con esto de rescatar a los bancos, que se guardan el dinero como oro en paño.

No se sabido decirle por qué no quiero irme, porque no sé si es lo que quiero tras perderlo todo, porque ya no sé si es lo que necesito para remontar, para olvidarme de este crudo año que llevo.

Es posible que mi hermano tenga razón y sea lo que necesito, si tenemos en cuenta que la inspiración no me responde porque haya quien la haya puesto en mi contra. La crisis tampoco juega a mi favor, como he dicho. Además, no tiene por qué ser para siempre, sólo por un tiempo, hasta que me recupere.

El tren sigue su marcha, haciendo las paradas habituales. Releo lo que he escrito. No quiero cambiar ni una coma. Lo he escrito según me dictaba mi estado de ánimo, el mismo al que se enfrentan miles y miles de personas cada día. 

Para animarme a continuar hacia delante mi hermano me recordaba lo que tuvieron que pasar nuestros abuelos. Y salieron adelante.

-¿Por qué no hemos de salir nosotros? 

Me ha dicho y yo sólo he podido sonreír, que no es poco, pero es que es un lujo tenerlo como hermano. Me apoya en todo, en todo, incluso en lo que le cuesta entender de mi vida, las personas a las que no puedo dejar de querer, pero que me han hecho tanto daño. 

Casi pierdo el tren porque me costaba despedirme de él. Aunque los dos hemos mirado el reloj y nos hemos acelerado erróneamente pensando que mi tren estaba a punto de salir. No era el caso, pero hemos apurado la cerveza como si la vida nos fuera en ello.



¡Falsa alarma! Y hemos respirado, porque nos quedaban unos minutos más de charla, de consuelo. No hemos podido resistirnos a pedir otra cerveza más. Somos como niños cuando estamos juntos, pero es que se agradece escuchar palabras de ánimo, de aliento.

Al final, la despedida ha sido inevitable. Mi hermano ha sido el primero en irse y yo lo he acompañado hasta la salida, y un poco más allá. Hemos quedado en volver vernos dentro de 15 días, aunque nos queda el teléfono. Hablamos todos los días. 

Sin embargo, algo se me ha roto cuando se me ha ido mi compañero de conversación, mi amigo, con el que he compartido por unas horas el espacio de una ciudad extraña para los dos. Hasta nos hemos perdido por sus calles de los enfrascados que estábamos en nuestra conversación. Una hora nos ha costado encontrar el camino que nos habíamos trazado. 

Pero todo ha merecido la pena, incluso el viaje en tren. En los tiempos que vivimos es difícil no sentirse solo y vulnerable alguna vez. 

Por eso, caminar, charlar, sonreír siguen sin tener precio y más cuando se tiene todo en contra y nada a favor.