sábado, 26 de octubre de 2013

UNA HISTORIA DE CUATRO PATAS

Pero ¿dónde has estado metida este tiempo? ¿No has visto mi Facebook?

Me dice una de mis mejores amigas. Tras casi dos meses desaparecida, aislada de todo, también de las redes sociales, por fin nos hemos vuelto a poner en contacto.

-Greta ha muerto-me dice, y yo, yo, me quedo sin palabras, incluso algo aturdida. Me entra una pena horrible.

Greta era su perro, una preciosa yorkshire. Aunque para no faltar a la verdad tengo que decir que era mucho más que un perro, no sólo para su dueña, sino también para mí. 

A su lado, superé la fobia que tenía a los perros, a consecuencia de un triste episodio de mi niñez. A su lado, viví cientos de momentos tristes y alegres. A su lado... Porque con ella, era imposible sentirse sola, siempre te sacaba una sonrisa, siempre propiciaba instantes para que jugases con ella y te olvidases de todo. Conseguía parar el tiempo y lo digo con la mano en el corazón.

Sí, era mucho más que un animal, era mucho más que un perro. Era una especie de hija para mi amiga y una especie de amiga para mí. Se hacía querer, siempre supo cómo hacerlo, cómo ganarse a las personas con las que se cruzaba, aunque fuera por unos segundos.

Seducía con sus graciosos andares, con una mirada llena de ternura, con una energía desbordante que la hacía estar continuamente en guardia, a la búsqueda de una caricia, de una palabra bonita.

Cuando entró en nuestras vidas, desde el primer momento, lo hizo para quedarse. Mi amiga estaba tan feliz de tener a una cosita tan pequeña entre los brazos, que no dejaba de hacerle fotos y de compartirlas con todas las personas que la queríamos, que la queremos. Porque todos sus amigos hemos sentido la pérdida de Greta, hemos intentado consolarla con los recuerdos que teníamos de ella.

Sin embargo, sé que para mi amiga no hay consuelo, aunque se haga la fuerte. De hecho, no se plantea sustituirla. De momento, es imposible para ella hasta el simple hecho de pensarlo.

Verlas a las dos juntas era ver la alegría, ver el cariño y el amor que sentían la una por la otra. Escribo esto y se me humedecen un poco los ojos, porque soy consciente de lo mal que lo ha debido pasar mi amiga con la muerte de Greta. Me duele no haber estado a su lado para tratar de reconfortarla en esos tristes momentos, que no todo el mundo puede entender.

UN EJEMPLO LITERARIO

Sin embargo, artísticas como somos las dos, le he prometido a mi amiga que escribiría un cuento sobre Greta. Lo haré más pronto que tarde. Hoy, redacto estas líneas porque me lo ha pedido el cuerpo, así tal cual.

La idea ha venido a mi cabeza cuando he salido para ir al supermercado a comprar un par de cosas para pasar el fin de semana. No sé por qué, iba pensando en Greta, en un cuento que pueda estar a su altura y, de pronto, me ha venido a la mente Colmillo Blanco, la maravillosa novela de mi querido Jack London (1876-1916), de la que también hay varias adaptaciones cinematográficas, como por ejemplo la de 1991, protagonizada por uno de mis actores favoritos: Ethan Hawke.

Respecto a la propia historia en sí, apareció primero por entregas en la revista Outing, viendo la luz ya como novela en 1906. 

Lo que cuenta es el devenir de un perro salvaje y de su camino hacía la domesticación. Un perro diferente al resto desde su mismo nacimiento, no sólo por el físico, por su pelambre blanco y gris, sino por pertenecer a la auténtica raza de los lobos.

El éxito de la historia fue inmediato, pero no por ello escapó de los debates que originó el trasfondo de la propia narración. Hay quien quiso ver una alegoría de la transformación que sufrió la propia humanidad, desde su origen en la naturaleza hasta llegar a la vida en sociedad.

Más que eso, también la crítica implícita hacia esa misma sociedad, que trata de domesticar al diferente y de acabar con el individualismo. 

Cierto es que cuando London la escribió estaba muy influido por filósofos como:

Herbert Spencer (supervivencia del más fuerte) y Nietzsche (superhombre).

Lo curioso es que el libro triunfó entre el público juvenil. De hecho, es considerada una novela cien por cien juvenil.

Sea como sea, cuando leí el libro en la universidad, me conmovió. No lo puedo evitar, pese a las apariencias, soy una sentimental. Pero he de reconocer que lo que más me tocó la fibra fue el pensar que London era el propio Colmillo Blanco, que el perro-lobo fuera su alter ego en esa historia. 

Un animal, que tuvo que endurecerse a base de golpes, que apenas supo lo que era el cariño hasta que conoció al protagonista humano. No obstante, mi asociación no es única, muchos críticos han visto lo mismo que vi yo. La evolución del propio London desde su adolescencia aventurera hasta convertirse en un escritor de éxito.
Para enfrentarse al constante peligro de ser herido e incluso destruido, sus facultades depredadoras y defensivas se desarrollaron. Se volvió más ágil que los otros perros, rápido de patas, astuto, mortal, más liviano, más delgado, con músculos y nervios de hierro, más resistente, más cruel, más feroz y más inteligente. Tuvo que ser todo eso, de lo contrario no hubiese resistido ni sobrevivido al hostil ambiente en donde se halló.
TAN HUMANOS COMO LOS PROPIOS HUMANOS

El mayor acierto de Colmillo Blanco es que está escrita para reflejar el punto de vista del perro, lo que ayuda a que London profundice en la forma en la que los propios animales ven el mundo y a los humanos. El escritor, al querer comprender su punto de vista, les otorga un protagonismo humano, muy humano, también a la hora de sentir.


Tombuctu de Paul Auster es también un buen ejemplo de este tipo de literatura, en el que no sólo el protagonista es un perro, sino un animal humanizado.

Digo esto porque en algún que otro momento de bajón que compartí con Greta, me pregunté qué debía pensar sobre nosotros las personas. 

Pensase lo que pensase, en ese momento ponía su patita en mi pierna y me miraba hasta que yo paraba de llorar. Sencillamente, sentía mi dolor y quería reconfortarme de algún modo.

Antes, escribía que hay gente muy escéptica en esto de que los animales tienen sentimientos. Es cierto, los hay a montones. Para ellos, un perro será siempre un perro. ¿Qué es eso de humanizarlos?

Dando otro salto en el tiempo, en el instituto, en una clase de filosofía, al estudiar a no me acuerdo qué filósofo, probablemente Herbert Spencer, nos embarcamos en un interesante debate acerca de esto mismo.

En toda la clase, sólo éramos dos las personas que defendíamos que sí, que los animales tenían sentimientos, lo que les otorgaba algo de alma.

Cuando me llegó el turno de argumentar, creo que puse como ejemplo la noticia del caso de un perro que se murió de pena, literalmente, cuando lo hizo su amo.

Tantos años después, sigo pensando lo mismo, sigo pensando que como seres vivos tienen su corazoncito.

LOS CASOS SE AMONTONAN

Curiosamente, el otro día me ofrecieron quedarme con un perro. Dije que no por conciencia, por humanidad. No me aclaro conmigo misma como para tener que cuidar a otro ser vivo.

Porque lo son, a pesar de que haya mucha gente que los considere un juguete. Tal vez, por eso cada año se abandonan miles de perros. Es difícil precisar una cifra, contabilizarlos, pero superan la barrera de los 100.000.

No por ello, muchas perreras o refugios de animales ya han alertado de que se encuentran desbordados.

¿Por qué ocurre?

Es difícil también precisarlo. Pero supongo que mucho tiene que ver con que no se puedan mantener o que acaben por aburrir a unos dueños que realmente no sabían lo que conllevaba cuidar de ellos, cuidar de seres que respiran, que se ponen enfermos, que necesitan comer... etc.

Sirvan estas líneas para que muchas personas se conciencien de que un perro no es sólo un perro, una palabra de 4 letras, un juguete con el pasar el rato, sino algo más, mucho más.

Porque si no vas a poder cuidar de él, si no vas a poder mantenerlo, no te plantees quedarte con uno de ellos o comprarlo. No son modas, ni el capricho de turno, son seres vivos. Nos guste más o menos, y hasta que se demuestre lo contrario.

HASTA SIEMPRE

Si hay algo que siempre admiré de mi amiga es lo bien que cuidaba de Greta. No la veía como a una mascota con la que jugar un rato y ya está, sino como lo que era, un ser vivo que dependía de ella. Fue responsable hasta el final. A Greta nunca le faltó de nada.

Respecto, a la muerte de Greta no fue culpa de nadie, fue un triste accidente. No sobrevivió al ataque de otro perro. Estas cosas también pasan.


Sea como sea, hasta siempre, Greta, allí donde estés gracias por compartir tantos buenos momentos con las personas que te quisimos. Gracias por ser tan humana pese a tus cuatro patas.


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